15/4/11

Adolf Loos - ¿Qué significa vestirse bien?


"La moda masculina" (1898)
(Fragmento)

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Estar bien vestido: ¿a quién no le gustaría estarlo? Nuestro siglo ha dado al traste con los códigos del vestido, y ahora todo el mundo tiene el derecho a vestirse como los reyes. Como grado de la cultura de un país se podría tomar, entonces, cuántos de sus habitantes hacen uso de este avance de la libertad. En Inglaterra y en los Estados Unidos, todos; en los países de los Balcanes sólo los diez mil más ricos. ¿Y en Austria? No me pidan que responda esta pregunta…

Un filósofo estadounidense dice en algún lugar: un hombre joven es rico cuando tiene seso y un buen traje en el armario. El tipo está bien informado. Conoce a su gente. ¿De qué vale toda la inteligencia si uno no la puede hacer brillar a través de un buen vestido? Y es que los ingleses y los estadounidenses exigen de cada persona que esté bien vestida.

Los alemanes van un paso más allá. También quieren estar bien vestidos. Si los ingleses llevan pantalones anchos, aquéllos les demuestran –no sé si haciendo uso del viejo Vischer o del número áureo– que se trata de una costumbre antiestética, y que sólo los pantalones estrechos pueden pretender ser bellos. Maldiciendo y renegando dejan anchar sus pantalones año tras año. La moda es una tirana, se quejan. ¿Pero entonces qué ha ocurrido? ¡¿Acaso una transmutación de los valores?! Los ingleses usan otra vez pantalones estrechos, y una vez más y a través de los mismos medios, la prueba tiende hacia el extremo contrario. ¿Quién puede entenderlo?

Los ingleses, claro está, se ríen de los alemanes sedientos de belleza. La Venus de Médici, el Panteón, un cuadro de Botticelli, un poema de Burns: ¡eso es bello! ¿Pero un pantalón? ¿O si la levita tiene tres o cuatro botones? ¿O si el chaleco es corto o largo? No sé… a mí me da escalofríos cada vez que oigo discutir sobre esos temas. Me pongo nervioso cuando me preguntan maliciosamente sobre una prenda de vestir: “¿Le parece bella?”.

Los alemanes de mundo hacen como los ingleses. Están satisfechos con estar bien vestidos. Renuncian a la “belleza”. El gran poeta, el gran pintor, el gran arquitecto, se visten como ellos. El poetastro, el pintorzuelo, el arquitectillo, por el contrario, hacen de su cuerpo un altar en el que la belleza se ofrece en sacrificio en la forma de cuellos de terciopelo, artísticos pantalones de paño y corbatas secesionistas.

Estar bien vestido: ¿qué significa eso? Significa vestirse correctamente.


¡Vestirse correctamente! Me parece como si con estas palabras hubiese develado el secreto que rodeaba a nuestra moda hasta ahora. Con palabras como “bello”, “chic”, “elegante”, “apuesto”, “majo” se ha querido entrar a la moda. Pero no se trata de nada de eso. Se trata de estar vestido de tal modo que uno llame la menor atención posible. Un frac rojo llama la atención en un salón de baile. Por lo tanto, el frac rojo no es moderno en el salón de baile. Un sombrero de copa llama la atención en medio de la nieve. Por lo tanto, en medio de la nieve un sombrero de copa está pasado de moda. Todo lo llamativo pasará por grosero.

Este axioma, sin embargo, no es ejecutable en todas partes. Con un traje que pasaría inadvertido en el Hyde Park puede uno llamar mucho la atención en Pekín, en Zanzíbar y en el Stephansplatz en Viena… Es, justamente, un vestido europeo. ¡Uno no puede esperar que quien se encuentra en la cima de la cultura se vista como chino en Pekín, como africano oriental en Zanzíbar y como vienés en el Stephansplatz! El axioma, pues, ha de ser delimitado. Vestirse correctamente significará entonces no llamar la atención en el centro de la cultura.

Actualmente, el centro de la cultura occidental es Londres. […] Con ello podemos entonces formular completamente nuestro teorema. Éste reza: Una prenda de vestir es moderna cuando uno, vestido con ella, en el centro de la cultura, en una ocasión particular, en medio de la mejor sociedad, llama la menor atención posible.


Esta perspectiva inglesa, que habrá de convenir a cualquier persona pensante, se topa, sin embargo, en la clase media y en los círculos sociales inferiores alemanes con una vigorosa oposición. Ningún otro pueblo tiene tantos bufones de la moda como Alemania. Un bufón de la moda es una persona a quien la ropa sólo le sirve para destacarse de su entorno. Emplea ora la ética, ora la higiene, ora la estética, para justificar esta conducta imbécil. Desde el Maestro Diefenbach hasta el profesor Jäger, desde el poetastro “moderno” hasta el hijo de familia vienés, cruza un hilo común que los conecta espiritualmente a todos. Y sin embargo no se soportan los unos a los otros. Ningún bufón de la moda admite ser uno. Un bufón se burla de otro, y bajo el pretexto de acabar con la bufonería, comete nuevas bufonadas. El bufón de la moda moderno, o el bufón de la moda en general, es sólo una de las especies de esta dicotómica familia.

Los alemanes sostienen que es gracias a estos bufones que existe la moda masculina. Pero este es un honor que no corresponde a estas criaturas inocuas. Pues de lo dicho antes se sigue claramente que el bufón de la moda ni siquiera se viste de forma moderna. Con esto no estaría servido. El bufón de la moda lleva justamente aquello que su entorno cree que es moderno. […]


* Por la traducción: Copyright / Derechos reservados de autor HDCA

* Imágenes (de arriba abajo): foto tomada de The Sartoralist (feb. 2008) / "Eton, 1947" y "Sunday School in Lancaster, 1941", en: dandyism.net / "Dandy"

Adolf Loos - Intro



A
dolf Loos (1870-1933): arquitecto, diseñador, crítico cultural, dandy y cascarrabias austriaco.

Se cuenta entre los padres de la arquitectura moderna de inicios del siglo XX y como el feliz culpable de una verdadera revolución en el aprovechamiento del espacio interior. Algunas de sus más importantes construcciones: American Bar (1908), Looshaus (1909), casa para Tristan Tzara en París (1925), Villa Müller en Praga (1930), entre muchas muchas otras: http://www.amazon.com/Adolf-Loos-1870-1933-Architect-Architecture/dp/382282772X/ref=sr_1_2?ie=UTF8&qid=1302873834&sr=8-2#reader_382282772X.

Interior Villa Müller, Praga (1930)

Trabajó también como diseñador de interiores y de muebles - y, por si fuera poco, diseñó acaso uno de los servicios de cristal para servir whisky más atractivos de la historia de la humanidad (1929).



Finalmente, Loos también escribió durante toda su vida combativos ensayos breves sobre crítica cultural, arquitectura, el valor de la artesanía, la moda, y el buen y el mal gusto en general. Acaso el más famoso de aquellos textos sea el furioso y sugestivo "Ornamento y crimen", de 1908, fundamental para la estética moderna: http://www.scribd.com/doc/17479175/Loos-Adolf-Ornamento-y-Delito.

19/1/11

Pesimismo cultural: revolución para haraganes

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Por Peter Glaser

(Versión original aparecida en Süddeutsche Zeitung, 17 de diciembre de 2010:
http://www.sueddeutsche.de/kultur/menschheit-und-internet-revolution-fuer-faule-1.1032041)


Internet enlaza las islas culturales en una región mundial. ¿Nos encontramos acaso frente a la amenaza del colapso total de la humanidad seguido por una revolución de los nerds? Una breve historia del pesimismo cultural.

Las cosas que más asombran al hombre son las que él mismo crea. Las maravillas de la naturaleza nos aburren un poco en su grandiosidad inapelable. La necesidad de un refuerzo dramático refrescante que siente el animal cultural es inmenso. Antiguamente, el arte y la magia dejaban al hombre con la boca abierta. Desde hace un buen tiempo, ese papel lo han adoptado la técnica y la ciencia.

En el año 1863, el hacendado conde Stolberg se negó a sentarse al lado del industrial alemán August Borsig, pues consideraba que el fabricante de locomotoras era un ignorante. Hoy existiría una solución técnica para el problema: uno se sentaría frente a su computador y podría, corporalmente aislado, charlar sin preocuparse por la cuestión del rango social.

No obstante, los resentimientos sobreviven.

El antiguo redactor de la revista electrónica Salon, David Talbot, no es el único que se queja de la “avalancha de basura intelectual” existente en Internet. En su tratado reciente “Gadget: porqué el futuro aún nos necesita”, el pionero de la realidad virtual Jaron Lanier considera que tras el creciente universo online no hay una inteligencia colectiva en acción, sino una chusma digital. El autor estadounidense Nicholas Carr teme que gracias a las máquinas interconectadas nuestros cerebros se aflojen y la capacidad de ocuparse meticulosamente con un texto se encuentre, a causa de una tormenta de links, de google-distracciones y una lluvia meteórica de mails y tweets, en estado de coma: ¡la decadencia de Occidente!


Por su parte, la chusma digital también piensa lo suyo: “La tesis, proveniente en parte de Nietzsche, de un ‘aplanamiento cultural’ debido a la creciente relevancia de las ‘masas’ frente a la ‘élite portadora de la cultura’ de épocas pasadas es un elemento esencial de la obra de Ortega y Gasset, La rebelión de las masas (1929), así como de muchos de los autores que lo precedieron” – anota la comunidad wikipediana.

El escepticismo y la angustia han acompañado a toda nueva tecnología en sus inicios. Sucedió ya con la introducción de la luz eléctrica. En 1882, la iluminación artificial experimentó su entronización en los Estados Unidos con los sesenta y cinco primeros clientes de la Edison Illuminating Company, en Nueva York. En París, las damas salían aún a la calle con sombrilla por miedo a la punzante luz de las lámparas de arco. Cien años más tarde una nueva tecnología empezó a expandirse de nuevo. Y como siempre, a la vez: la angustia frente al fin de las conquistas civilizatorias a manos de un nuevo medio. Ya en 1878 Nietzsche había proclamado: “La suma de las sensaciones, conocimientos, experiencias, es decir, todo el lastre de la cultura, se ha vuelto tan voluminosa, que la sobre-exitación de las fuerzas nerviosas e intelectuales ha llegado a ser un peligro general”. Y aquí entra en escena Frank Schirrmacher.

A través de su polémico escrito “Payback”, el notable co-editor del diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung ha obsequiado al mundo una especie de guión para una película “B” intelectual, en la cual, de modo similar a lo sucedido con Carr, maquinarias devoradoras de cerebros conectadas a Internet se abalanzan sobre nuestras conciencias y nuestra capacidad de concentración. Dado que el correspondiente inventario de perturbaciones horripilantes no es nuevo –en los años sesenta se llamó, bien “inundación de estímulos”, bien “enfermedad de los gerentes”, más tarde “sobrecarga de información” o “factor basura”–, Schirrmacher hace uso de trucos retóricos. Ahora bien, existen varias formas de describir un paseo por el bosque. Uno se puede imaginar agobiado por un sinnúmero de hojas y agujas de abeto y exigir el regreso a una tecnología de percepción de madera humanista. Pero también es posible dar un paseo por el bosque – y regresar relajado a casa.



La obsesión con el cataclismo pomposo

El desarrollo de las tecnologías mediáticas y de comunicación en el último siglo y medio ha estado acompañado constantemente por escenarios terroríficos. “¿Está nuestra civilización condenada a la ruina a causa de nuestra creciente dependencia de las máquinas?”, se preguntaba Bennett Lincoln en 1930 en la revista Modern Mechanics. En 1927 apareció la primera película sonora. En los tres años siguientes veintidos mil músicos de orquestas del cine mudo perdieron sus trabajos. Las protestas contra la “música robotizada” llevaron en 1930 a la fundación de la “Music Defense League”, que apoyaba la lucha por los puestos de trabajo de los músicos del cine mudo. En los carteles se podía ver, entre otros, un robot tocando banjo; su serenata mecánica esencialmente inferior frente a la de un trovador de carne y hueso: “El robot no puede estar contento, ni triste, ni sentimental”…


Con la difusión de la televisión, el ideal del ser humano sumergido en un libro se vio enfrentado a aquella peligrosa linterna gris que amenazaba con reemplazar pensamientos hechos a mano con imágenes prefabricadas.

Con el walkman apareció el primer esbozo del joven casi-autista, aislado, zombie tecnificado, que poco tiempo después experimentaría un update a través del freak informático: pálido y socialmente inepto. Con el cese de la producción del walkman a inicios del 2010, el bastón de relevo de la máquina paralizante fue entregado oficialmente al iPod. También la idea de las tecnologías amenazadoras se movió después de la era digital en esa dirección. En la fase final de la Guerra Fría, la tecnología atómica popularizó la visión de la perdición a través de un “invierno nuclear”, relevada a su vez por el pánico frente al año 2000, más a la moda, el cual a su vez representa la nueva tendencia guía del siglo xxi, del mundo interconectado, y en esa medida vulnerable, a través de los computadores.

El pesimismo cultural es revolución para haraganes. El pesimista cultura se moriría porque el golpe definitivo, el final de la canción, le fuera dado a conocer, en el mejor de los casos por algún ser superior último. El apocalíptico alemán adora el cataclismo pomposo, wagneriano, incluso a pesar de que se trata de una actitud terriblemente vanidosa (el mundo se va a acabar y YO estaré ahí para verlo), mientras que el estadounidense prefiere el apocalipsis en la forma de la teología de la resurrección, la cual promete ayuda contra la sobreestimación desmesurada de la razón. La situación no es por completo sencilla, dado que a los amigos del progreso digital les gusta jugar con los métodos del pesimista cultural. Así, el nerd alemán se alegra de que en la famosa trilogía en cinco partes de Douglas Adams, Guía del autoestopista galáctico, la Tierra tenga que evitar una circunvalación y explote.

“Las sociedades fracasan, según lo muestra la historia, no por la escasez de materias primas”, sostiene el investigador Matthias Fox. “Fracasan a causa de sus angustias internas desbordadas”. Los artistas predijeron desde hace aproximadamente un siglo nuestro estado actual.

Los cubistas y los dadaístas pegaban recortes de periódico en sus cuadros y mostraron la necesidad de una nueva visión global mezclada, que diera fe de más de una sola perspectiva. En sus cuadros, mostraban los fenómenos del mundo en facetas multiperspectivísticas, similares a las superficies poligonales de las gráficas computarizadas. Este desarrollo también se desplegó en muchos otros campos.

Se han escrito novelas en la que una sola historia se narra a partir de varias perspectivas. Por ejemplo, Lawrence Durrell en el Cuarteto de Alejandría o el premio Nóbel egipcio Naguib Mahfuz en Pensión Miramar. El Sueño de Zettel de Arno Schmidt es una partitura textual de 1330 páginas. En el cine, el lenguaje linear de imágenes, la omnipresente transición de lo uno a lo múltiple es particularmente clara. No existen ya explosiones en las películas de acción que no estén filmadas desde diversos lados, de modo casi cubista.

Y ahora, desde hace casi ya dos décadas, todas las islas culturales están conectadas unas con otras a través de Internet en una especie de región mundial y nuevo poder. Y mientras los gurús de la economía, los trabajadores del saber y Fulano de Tal/usuario común, intentan aprovechar el giro digital para su utilidad o diversión, y uno que otro bufón exige leyes contra el embrutecimiento causado por Internet, los artistas son lanzados una vez más en avanzadilla, cual radar intuitivo dirigido hacia el hipermañana. ¡¿Qué nos aguarda?!

Klaus Staeck –nada menos que el presidente de la Academia de las Artes en Berlín– esboza, en la versión folletinesca de una tremenda tragedia griega bajo el título “El callejón sin salida digital”, algo que podríamos llamar ‘capitulismo’: el colapso total de la humanidad predominante a manos de Internet (junto con la subsecuente dictadura nerd norcoreana). “Los felices receptores no necesitan ya poner siquiera un pie al otro lado de la puerta. Igual, ese paso ya no llevará a lugar alguno, pues aquel que, por ejemplo, ordena su lectura a Amazon & Co., se ha convertido automáticamente en el sepulturero de la librería de la esquina … Simultáneamente han sido enterrados los encuentros con otras personas y otras opiniones. Por no hablar de los puestos de trabajo eliminados”.

A los contendientes en los concursos de velocidad con cohetes espaciales, interesados en las superficies perfectamente planas, les satisfará saber que es posible plantearlo incluso de modo más plano: “Cuando las comunas quedan desoladas, los contactos humanos se atrofian y la cultura común se empobrece, entonces gobiernan no solamente la alienación y el anonimato … Quien sólo en el mundo digital se siente en casa, pronto no podrá encontrar entidad democrática alguna”.

Aún existen: las buenas viejas distopías.

El Greco, El quinto sello del Apocalipsis (1608)

17/8/10

II. Los (pérfidos) derechos de autor...

"La explosión del conocimiento"

Frank Thadeusz

Reseña del libro: Eckhard Höffner, Geschichte und Wesen des Urheberrechts [Historia y esencia de los derechos de autor], Múnich: 2010
(En: Revista Der Spiegel, 02.08.2010)



¿Experimentó Alemania un ascenso industrial en el siglo XIX gracias a que en el país no había derechos de autor?

Todo el país se encuentra ebrio de lectura. Incluso a los libreros les parece siniestra la repentina tendencia a leer. Los alemanes, constata el crítico literario Wolfgang Menzel en 1836, son “un pueblo de poetas y pensadores”.

“Esta frase, que con el tiempo se volvería célebre, fue comprendida de manera errónea”, afirma ahora el historiador de la economía Eckhard Höffner. “No se refería a la crema de los literatos, como Goethe o Schiller, sino al hecho de que en Alemania se producía entonces una masa incomparable de materia de lectura”.

Höffner ilumina el temprano florecimiento de la impresión de libros en Alemania y llega a un resultado sorprendente: a diferencia de Inglaterra y Francia, Alemania vivió en el siglo XIX una explosión del conocimiento sin precedentes.

Los autores alemanes escribían entonces hasta que les sangraban los dedos. Sólo en el año 1843 aparecieron aproximadamente 14,000 nuevas publicaciones; si esto se compara con el número de habitantes de aquel entonces, se trata de un nivel de publicación cercano al actual. Ante todo se publicaban novelas, pero también ensayos científicos especializados. En Inglaterra la situación era muy diferente: “En el caso de Gran Bretaña, tendiendo en cuenta que nos encontramos en el tiempo de la Ilustración y la emancipación ciudadana, se trata de un desarrollo lamentable”, constata Höffner.

Poder colonial desaprovechado

En efecto, apenas mil obras aparecían por año en ese entonces en Inglaterra: diez veces menos que en Alemania. Lo cual tuvo sus consecuencias: Höffner cree que a causa del crónicamente débil mercado editorial, el poder colonial Inglaterra peridó en el lapso de un siglo su ventaja, mientras que el atrasado estado agrario de Alemania ganó terreno vigorosamente y para 1900 se había convertido en una nación industrial de igual condición.

La causa que Höffner propone para este avance parece aún más desconcertante: nada menos que el copyright, introducido por los ingleses ya en 1710, hizo que el mundo del conocimiento quedara desierto en el Reino Unido.

En contraste, en Alemania, durante largo tiempo, nadie se preocupaba por los derechos de autor. Prusia introdujo la propiedad intelectual en 1837. Pero a causa de la división política de los diferentes estados alemanes, fue casi imposible imponer la ley en la totalidad del Reich alemán.

Este juicioso libro de Höffner es el primer trabajo científico que examina los efectos de la introducción de la propiedad intelectual en un lapso de tiempo relativamente amplio y a través de la comparación de dos países. Y sus resultados han causado algo de irritación entre los expertos: hasta ahora los derechos de autor eran considerados como un gran avance y la garantía de un mercado editorial floreciente. Según este lugar común, los autores de hecho se sienten impulsados a crear cuando sus derechos han sido garantizados.

Pero no: al menos la comparación histórica arroja resultados diferentes. En Inglaterra los editores se aprovecharon descaradamente de su monopolio sobre los autores. Las novedades aparecían sólo en un tiraje de máximo 750 ejemplares y a un precio que usualmente superaba el sueldo semanal de un trabajador instruido.

Hacia la riqueza a través de los libros

Los más importantes editores en Londres ganaban sin embargo espléndidamente y en no pocas ocasiones se paseaban por la ciudad en coches enchapados en oro. Sus clientes eran los ricos y los nobles, quienes veían los libros como simples objetos de lujo. En las pocas bibliotecas públicas que había, los infolios eran, a fin de protegerlos contra ladrones, encadenados a los anaqueles.

En Alemania, por el contrario, los plagiario le pisaban los talones a los editores, y podían reeditar y vender a precios mínimos cualquier novedad sin temor a ser castigados. Los editores exitosos reaccionaban con refinamiento al ataque de los copiones y acunaron una filosofía de la publicación que sobrevive hasta nuestros días: editaban ediciones elegantes para los pudientes y libros de bolsillo económicos para la masa.

De esta manera se desarrolló en Alemania un mercado de libro completamente distinto al inglés: los best seller y las obras científicas eran presentados al público en tirajes enormes y a precios ridículos.

“Tantos miles de personas en los rincones más apartados de la Alemania, quienes ni siquiera podían pensar en comprar libros a causa de los elevados precios, han logrado poco a poco reunir una modesta biblioteca a partir de reediciones” –comentaba entonces el historiador Heinrich Bensen.

La expectativa de un público amplio motivaba ante todo a los científicos a divulgar los resultados de sus investigaciones. “Se estableción una forma de divulgación del saber completamente nueva”, sostiene Höffner.


Literatura en serie

En Alemania los eruditos producían en serie tratados y manuales sobre química, mecánica, construcción de máquinas, óptica y producción de acero. En Gran Bretaña, mientras tanto, un círculo elitista consentía un canon educativo clásico, que giraba en torno más bien a las belles-lettres, la filosofía, la teología, los idiomas y la historia.

Instrucciones prácticas, como las que se publicaban en masa en Alemania –por ejemplo sobre la construcción de diques o el cultivo de cereales– eran en gran medida inexistentes. “En Gran Bretaña –afirma Höffner– la divulgación de tales conocimientos modernos estaba casi a expensas del método medieval de saber sólo por oídas”.

La ofensiva del saber alemana llevó a una situación curiosa, en la que acaso nadie reparó entonces: el hoy por completo olvidado profesor de química y farmacia berlinés Sigismund Hermbstädt, ganaba más dinero gracias a su obra Principios del curtimiento de cueros (1806) que la autora británica Mary Shelley con su hasta hoy famosa obra Frankenstein.

El comercio con literatura especializada corría tan bien que los editores exigían continuamente más material. Esta situación le dio incluso a los autores científicos menos hábiles una buena posición para negociar con los editores. Incontables profesores se ganaban un “extra” considerable a través de sus manuales y sus folletos informativos.

“En medio de este activo discurso científico surgió la generación fundadora”, escribe Höffner. Aquella época, en efecto, produjo a industriales como Alfred Krupp y Werner von Siemens.

Incluso cuando, en los años cuarenta del siglo XIX, la propiedad intelectual empezó a imponerse lentamente en Alemania, el mercado de la literatura científica no se desplomó. Con todo, los editores alemanes reaccionaron de la misma forma restrictiva en que los habían hecho sus colegas en Inglaterra: elevaron los precios y desmontaron el mercado barato.

Los literatos, en adelante dotados con derechos sobre su propia obra, reaccionaron con algo de irritación. Así, por ejemplo, Heinrich Heine le escribió en tono ácido a su editor Julius Campe el 24 de octubre de 1854: “A causa del exagerado precio que usted ha puesto no creo que vaya yo a experimentar una segunda impresión del libro. Debe poner, estimado Campe, precios más bajos, pues de lo contrario no veo porqué fui tan complaciente con usted respecto a mis intereses materiales”.

[* Texto original: "Die Explosion des Wissens": http://www.spiegel.de/spiegel/0,1518,709761,00.html]


Anna-Amalia-Bibliothek, Weimar

16/8/10

I. ¡Hagan nuestros libros más baratos!


Kurt Tucholsky a su editor Ernst Rowohlt

(Versión original aparecida en: Revista Die Weltbühne, 01.03.1932)


Advertencia a mis editores

De todas las cartas de mis lectores, apreciado maestro Rowohlt, esta me parece la más bella. Proviene de un estudiante de secundaria de Núremberg.

«¡Respetado señor Tucholsky!,

Permítame usted comunicarle mi ilimitado aprecio por su obra. Lo siguiente acaso le resulte indiferente, pero querría añadir un comentario. Espero, señor Tucholsky, que se muera lo más pronto posible, para que sus libros se vuelvan más baratos (como Goethe, por ejemplo). Su libro más reciente es tan caro que no he podido comprarlo.

¡Cordial saludo!»


Ahí lo tienen.

¡Apreciado maestro Rowohlt, apreciados editores! ¡Hagan nuestros libros más baratos! ¡Hagan nuestros libros más baratos! ¡Hagan nuestros libros más baratos!


[* Texto original: "Avis an meinen Verleger": http://www.textlog.de/tucholsky-avis-verleger.html]

8/5/10

El “Efecto Mozart”


Una glosa sobre Mozart y la inteligencia

(Versión original aparecida en la sección “Streiflicht” de Süddeutsche Zeitung, 6 de mayo de 2010)


La repetitiva tendencia de Mozart a enamorarse de sus alumnas de piano es famosa, y aún es imitada con gran placer por los profesores de piano de hoy en día. Pero si hubo una de la que a Mozart ni siquiera en sueños se le ocurrió enamorarse, fue ella “la señorita v. Auerhammer”, como alguna vez la catalogó, es decir la pianista Josepha Barbara Auernhammer. Josepha tenía los dedos más veloces que uno pueda imaginar – pero no era precisamente una belleza. En una carta escrita a su padre, Mozart dice que si un pintor quisiera representar “con toda naturalidad” al diablo, “debería inspirarse en su rostro”; es gorda como una campesina y “suda tanto que produce náuseas”… Es de suponer que la mujer también sudó bastante en noviembre de 1781, pero qué importaba entonces, si uno piensa en la obra maestra que compuso en aquella ocasión junto a Mozart: la “Sonata para dos pianos en Re mayor” KV 448. Según Mozart, fue “todo un suceso” y habría de convertirse en una de las obras más brillantes de la historia de la música para piano.

¿Qué más podría desear una sonata? Y eso no es todo: el destino tenía reservado incluso otro puesto de honor para ella. En 1993, un grupo de investigadores estadounidenses dirigido por Frances H. Rauscher, reportó que la representación espacial de estudiantes había mejorado significativamente tras escuchar la KV 488; una novedad que pronto recorrería el mundo en versión resumida, y cuyo núcleo se anidaría en el corazón de la humanidad bajo el nombre de: “Efecto Mozart”. Desde entonces se afirma en todas partes –y, a juzgar por la popularidad de Mozart, de modo irrebatible– que la música del niño prodigio no sólo alegra, sino además hace más inteligente. Desde entonces, nadie confía en las apariencias, que le indican que entre los fanáticos de Mozart se hallan tantos idiotas como entre los fans de otros “eventos”, y así, cuando alguien particularmente imbécil sale de una première de Mozart, todo el mundo le chanta la culpa al director de la ópera.




Pues bien, investigadores vieneses acaban de mandar a recoger esta teoría tan genial. El “Efecto Mozart” pertenece ciertamente a uno de los mitos más poderosos de la psicología popular, pero quien espere de la música de Mozart un aumento de sus capacidades cognitivas experimentará un cierto desengaño. Era casi de esperarse, desde que la teoría de cuerdas, según la cual incluso las ratas se vuelven más avispadas, fue refutada al mostrar que las ratas sólo perciben tonos a partir de una octava por encima del Do central – por lo cual ni siquiera se enteran de la música de Mozart. Qué desgracia, o como Mozart bien habría dicho, caro mio, Druck und Schluck! Eso sí, nadie será tan estúpido como para renunciar a la Sonata KV 488. De seguro no percibirá mejor el espacio en torno al CD-Player, pero sí verá mejor cómo el cielo se abre y se abre ineluctablemente ante sus ojos.


23/9/09

BAUHAUS 1919-2009: tres textos recuperados

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En este 2009, la Bauhaus celebra su aniversario número 90.

Los textos que traduzco esta vez (y que aparecen en orden inverso por los caprichos de la teconología) no son, al menos los dos últimos (Martenstein y Brecht), documentos informativos sino más bien curiosidades sobre la Bauhaus.
1) El Manifiesto y Programa de la Bauhaus, escritos por Walter Gropius en 1919 (ya existirá en castellano, aquí sólo a modo de homenaje).
2) Bertolt Brecht: "La casa Bauhaus moderna", un cuento simpático con el que me topé hace un tiempo y que definitivamente (cómo aún tantos textos breves de Brecht) no existe en nuestor idioma.
3) Una verdadera curiosidad, según creo: encontré este texto en el fantástico semanario alemán Die Zeit hace algunos meses. Su autor, Harald Martenstein (un periodista y escritor bastante famoso por aquí), pasó un par de noches en una de las originales casas originales de maestros de la Bauhaus. Como se puede ver, no la pasó muy bien. Habla también de algunas de las pretensiones reformativas de la Bauhaus. El texto me gustó mucho y aquí lo comparto con ustedes.

El 21 de marzo de 1919, el arquitecto alemán Walter Gropius fundó en la ciudad de Weimar la "Casa de construcción estatal", la Bauhaus ("Staatliche Bauhaus"), dedicada al diseño y la producción de objetos de uso cotidiano. Cada producto producido por la escuela debería cumplir claramente su función, ser resistente, económico y barato. Como el "Manifiesto" de Gropius lo indica, el objetivo de la Bauhaus era el desarrollo de un lenguaje del diseño carente de adornos y ornamentos innecesarios, que diera razón de la funcionalidad de cada objeto.
Algunos de los más célebres maestros de la Bauhaus fueron Lyonel Feininger, Johannes Itten, László Moholy-Nagy, Oskar Schlemmer, Wassily Kandinsky, Paul Klee, Ludwig Mies van der Rohe…
En 1925, la Bauhaus se trasladó a Dessau. En 1932 a Berlín. Un año después, con la llegada del Partido Nacionalsocialista de Hitler al poder, la Bauhaus fue clausurada definitivamente.
Las ideas creativas de la Bauhaus, nadie lo ignora, fueron la base del diseño industrial y la arquitectura modernas (si bien sus artistas se dedicaban también a la investigación teatral, musical, tipográfica, etc.). Aún sin saberlo, todos nosotros vemos o usamos diariamente productos influidos por las ideas de la Bauhaus.

No quiero añadir más información que, al fin y al cabo, se encontrará más completa en la Wikipedia o en mil libros. Pero puedo recomendar uno a modo de introducción muy general: Magdalena Dröste: Bauhaus, Taschen 2006 (existe en alemán, inglés, castellano, francés, chino, japonés...).

* Imagen: logo de la Escuela estatal de la Bauhaus (1919)