1/6/08

Kurt Tucholsky - G. Grosz y el rostro alemán


Las muecas de George Grosz (1921)


La relación entre las artes plásticas y la vida no ha sido iluminada todavía. No es claro aún si las damas inglesas de 1830 se veían como lo hacían porque Burne-Jones las había dibujado de ese modo, o si él las dibujaba así por como ellas se veían. En todo caso, el pintor y su tiempo estaban de acuerdo, así que todo era del mejor modo posible.
El caricaturista la tiene un poco más complicada. Nadie se acomoda a lo que él dibuja. Todo lo contrario: la víctima –precisamente la víctima– ni siquiera se reconoce, y cualquier carnicero dirá que esas nucas obesas no existen. Y no obstante ataca uno al dibujante con el lápiz de la censura.
El espectador se guía por lo que aquel dibuja. Seguramente Spitzweg logró que muchos vieran a través de sus ojos; y lo que la antigua revista Simplicissimus consiguió en ese aspecto aún lo recordamos todos […
]
¡Hace cuánto tiempo! El Simplicissimus está muerto […] y no existe ya ni una revista satírica decente. Pero existe un caricaturista que supera a todos los de entonces; existe uno que, con monóculo y microscopio, observa todo con dos ojos saludables y nuevos, nuevos y nuevamente nuevos: George Grosz.
Acaban de aparecer cincuenta y cinco de sus dibujos políticos bajo el título El rostro de la clase gobernante en la editorial Malik. Junto a su Dios con nosotros, la obra maestra de la posguerra.

Los rostros alemanes se han endurecido. Las barbillas son más agudas, los labios más obstinados, las mandíbulas aún más brutales. (Los italianos llaman "tiburones" a sus verdugos.) No conozco a nadie que haya captado el rostro moderno de los poderosos con mayor detalle. El secreto: Grosz no solamente se ríe – ante todo odia. El otro secreto: Grosz no solamente dibuja, sino además muestra las figuras –¡qué patrióticas piernas de cordero; qué panzas!– en medio de su neblina, de su completa esfera vital, en su mundo. Como se ven estos oficiales, estos empresarios, estos guardias nocturnos uniformados en cada una de las escenas de Grosz: así se ven siempre, durante toda su vida.

Todos están aquí: los militares brutales y asesinos, descendientes de Ludendorff, que no soportan trabajar de civil y prefieren matar en uniforme […]. Los comerciantes que no ven otra cosa que negocios, cuyas papadas indican muy bien cómo viven y sus labios cómo dejan vivir; los bichos de soldados, bulldogs, y sargentos del ejército imperial: amos y generales; el fascinante y siempre recurrente blandengue: demócratas con sus capas, barbas de patriarca, sus blandos sombreros de fieltro, sus sombrillas y la necesaria convicción; imbéciles estudiantes y aprendices de médicos; y por fin, no precisamente el mejor: Erich Ludendorff. (Grosz se ha sumergido amorosamente en este rostro; esto no le ha convenido en absoluto al rostro. Pero papá Hindenburg tampoco deja de ser interesante.)
Y todo esto enunciado de un modo totalmente novedoso. Si Grosz fue el primero, no lo sé. Debe de haber tenido antecesores: los primitivistas, los primeros expresionistas. Todos aquellos que se asquearon de la piel y la levita de terciopelo y quisieron guiar el arte de regreso a las artes intelectuales. Pero Grosz es el primero entre todos ellos.
Y todos sus cuadernos –que mejor será comprar muy pronto, antes de que alguna subdivisión de censura alemana quede a la altura de los mismos a través de una orden de decomiso– nos recuerdan esos años donde todo parecía empezar a resquebrajarse, pero al final permaneció igual; donde tantos esfuerzos se perdieron y tanto fue conservado; esos años que nos costaron trescientos líderes de la oposición y perdonaron la vida de tantos asesinos: políticos, militares, jueces. ¡Buenas noches, revolución alemana!



El tabernero de la cruz gamada, el demócrata del sí-pero-no, el estudiante inflamado, el abogado sumiso, el espantoso campesino testarudo: jamás verán el cuaderno, pues viven junto a nosotros y, además, estas incómodas agitaciones intelectuales pasan desapercibidas con gusto. ¿De qué sirve el pacifismo de Grosz y todo eso? En la mayor calma, las maestras siguen cantando su "¡Sí!, con corazón y mano fuerte…"; los profesores, convertidos en unos salvajes, siguen enseñando en la mayor calma sus dignos embustes históricos; en la mayor calma siguen bramando la justicia y la universidad. Por no hablar de la industria.
Y dondequiera que mires: las muecas de Grosz. Todas estas caras en cada esquina.


Nosotros vemos este cuaderno de dibujos y pensamos en aquella doncella Germania, que ha servido a cada oficial –desde el sargento hacia arriba– de puta. Y decimos: "¡Justo así te ves!"


* Por la traducción: Copyright / Derechos reservados de autor HDCA


* Imágenes (de arriba abajo): George Grosz - Estampilla alemana con motivo Das Café; Grauer Tag (Días gris), 1921; Die Räuber (Los ladrones), 1922; Stützen der Gesellschaft (Pilares de la sociedad), 1926; Sonnenfinsternis (Eclipse solar), 1926; Friedrich Ebert: Leben eines Sozialisten (Friedrich Ebert: vida de un socialista) (1919); Den macht uns keiner nach (Made in Germany) (A este no nos lo imita nadie - hecho en Alemania), 1920.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente entrada !.

Que razón existe en toda esa paradoja de la asimilación estética de esos sentimientos de repudio a las clases altas...a esos soldados que no son soldados si no estan en guerra...a esas mujeres casi de botero !.

El señor Joseph Roth tambien los relató decadentes y sucios...gordos y embuchados de dinero y trajes en el berlin y austria pre-belicos....

Anónimo dijo...

Como alemana, es muy divertido leer este texto, buscar las palabras más grotescas en el diccionario y imaginarse el texto original... Una forma muy interesante de percibir su lengua materna. Gracias!