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Por Peter Glaser
(Versión original aparecida en Süddeutsche Zeitung, 17 de diciembre de 2010:
http://www.sueddeutsche.de/kultur/menschheit-und-internet-revolution-fuer-faule-1.1032041)Internet enlaza las islas culturales en una región mundial. ¿Nos encontramos acaso frente a la amenaza del colapso total de la humanidad seguido por una revolución de los nerds? Una breve historia del pesimismo cultural.Las cosas que más asombran al hombre son las que él mismo crea. Las maravillas de la naturaleza nos aburren un poco en su grandiosidad inapelable. La necesidad de un refuerzo dramático refrescante que siente el animal cultural es inmenso. Antiguamente, el arte y la magia dejaban al hombre con la boca abierta. Desde hace un buen tiempo, ese papel lo han adoptado la técnica y la ciencia.
En el año 1863, el hacendado conde Stolberg se negó a sentarse al lado del industrial alemán August Borsig, pues consideraba que el fabricante de locomotoras era un ignorante. Hoy existiría una solución técnica para el problema: uno se sentaría frente a su computador y podría, corporalmente aislado, charlar sin preocuparse por la cuestión del rango social.
No obstante, los resentimientos sobreviven.
El antiguo redactor de la revista electrónica
Salon, David Talbot, no es el único que se queja de la “avalancha de basura intelectual” existente en Internet. En su tratado reciente “Gadget: porqué el futuro aún nos necesita”, el pionero de la realidad virtual Jaron Lanier considera que tras el creciente universo
online no hay una inteligencia colectiva en acción, sino una chusma digital. El autor estadounidense Nicholas Carr teme que gracias a las máquinas interconectadas nuestros cerebros se aflojen y la capacidad de ocuparse meticulosamente con un texto se encuentre, a causa de una tormenta de links, de google-distracciones y una lluvia meteórica de mails y tweets, en estado de coma: ¡la decadencia de Occidente!
Por su parte, la chusma digital también piensa lo suyo: “La tesis, proveniente en parte de Nietzsche, de un ‘aplanamiento cultural’ debido a la creciente relevancia de las ‘masas’ frente a la ‘élite portadora de la cultura’ de épocas pasadas es un elemento esencial de la obra de Ortega y Gasset,
La rebelión de las masas (1929), así como de muchos de los autores que lo precedieron” – anota la comunidad wikipediana.
El escepticismo y la angustia han acompañado a toda nueva tecnología en sus inicios. Sucedió ya con la introducción de la luz eléctrica. En 1882, la iluminación artificial experimentó su entronización en los Estados Unidos con los sesenta y cinco primeros clientes de la Edison Illuminating Company, en Nueva York. En París, las damas salían aún a la calle con sombrilla por miedo a la punzante luz de las lámparas de arco. Cien años más tarde una nueva tecnología empezó a expandirse de nuevo. Y como siempre, a la vez: la angustia frente al fin de las conquistas civilizatorias a manos de un nuevo medio. Ya en 1878 Nietzsche había proclamado: “La suma de las sensaciones, conocimientos, experiencias, es decir, todo el lastre de la cultura, se ha vuelto tan voluminosa, que la sobre-exitación de las fuerzas nerviosas e intelectuales ha llegado a ser un peligro general”. Y aquí entra en escena Frank Schirrmacher.
A través de su polémico escrito “Payback”, el notable co-editor del diario alemán
Frankfurter Allgemeine Zeitung ha obsequiado al mundo una especie de guión para una película “B” intelectual, en la cual, de modo similar a lo sucedido con Carr, maquinarias devoradoras de cerebros conectadas a Internet se abalanzan sobre nuestras conciencias y nuestra capacidad de concentración. Dado que el correspondiente inventario de perturbaciones horripilantes no es nuevo –en los años sesenta se llamó, bien “inundación de estímulos”, bien “enfermedad de los gerentes”, más tarde “sobrecarga de información” o “factor basura”–, Schirrmacher hace uso de trucos retóricos. Ahora bien, existen varias formas de describir un paseo por el bosque. Uno se puede imaginar agobiado por un sinnúmero de hojas y agujas de abeto y exigir el regreso a una tecnología de percepción de madera humanista. Pero también es posible dar un paseo por el bosque – y regresar relajado a casa.
La obsesión con el cataclismo pomposoEl desarrollo de las tecnologías mediáticas y de comunicación en el último siglo y medio ha estado acompañado constantemente por escenarios terroríficos. “¿Está nuestra civilización condenada a la ruina a causa de nuestra creciente dependencia de las máquinas?”, se preguntaba Bennett Lincoln en 1930 en la revista
Modern Mechanics. En 1927 apareció la primera película sonora. En los tres años siguientes veintidos mil músicos de orquestas del cine mudo perdieron sus trabajos. Las protestas contra la “música robotizada” llevaron en 1930 a la fundación de la “Music Defense League”, que apoyaba la lucha por los puestos de trabajo de los músicos del cine mudo. En los carteles se podía ver, entre otros, un robot tocando banjo; su serenata mecánica esencialmente inferior frente a la de un trovador de carne y hueso: “El robot no puede estar contento, ni triste, ni sentimental”…
Con la difusión de la televisión, el ideal del ser humano sumergido en un libro se vio enfrentado a aquella peligrosa linterna gris que amenazaba con reemplazar pensamientos hechos a mano con imágenes prefabricadas.
Con el
walkman apareció el primer esbozo del joven casi-autista, aislado, zombie tecnificado, que poco tiempo después experimentaría un
update a través del
freak informático: pálido y socialmente inepto. Con el cese de la producción del
walkman a inicios del 2010, el bastón de relevo de la máquina paralizante fue entregado oficialmente al iPod. También la idea de las tecnologías amenazadoras se movió después de la era digital en esa dirección. En la fase final de la Guerra Fría, la tecnología atómica popularizó la visión de la perdición a través de un “invierno nuclear”, relevada a su vez por el pánico frente al año 2000, más a la moda, el cual a su vez representa la nueva tendencia guía del siglo xxi, del mundo interconectado, y en esa medida vulnerable, a través de los computadores.
El pesimismo cultural es revolución para haraganes. El pesimista cultura se moriría porque el golpe definitivo, el final de la canción, le fuera dado a conocer, en el mejor de los casos por algún ser superior último. El apocalíptico alemán adora el cataclismo pomposo, wagneriano, incluso a pesar de que se trata de una actitud terriblemente vanidosa (el mundo se va a acabar y YO estaré ahí para verlo), mientras que el estadounidense prefiere el apocalipsis en la forma de la teología de la resurrección, la cual promete ayuda contra la sobreestimación desmesurada de la razón. La situación no es por completo sencilla, dado que a los amigos del progreso digital les gusta jugar con los métodos del pesimista cultural. Así, el
nerd alemán se alegra de que en la famosa trilogía en cinco partes de Douglas Adams,
Guía del autoestopista galáctico, la Tierra tenga que evitar una circunvalación y explote.
“Las sociedades fracasan, según lo muestra la historia, no por la escasez de materias primas”, sostiene el investigador Matthias Fox. “Fracasan a causa de sus angustias internas desbordadas”. Los artistas predijeron desde hace aproximadamente un siglo nuestro estado actual.
Los cubistas y los dadaístas pegaban recortes de periódico en sus cuadros y mostraron la necesidad de una nueva visión global mezclada, que diera fe de más de una sola perspectiva. En sus cuadros, mostraban los fenómenos del mundo en facetas multiperspectivísticas, similares a las superficies poligonales de las gráficas computarizadas. Este desarrollo también se desplegó en muchos otros campos.
Se han escrito novelas en la que una sola historia se narra a partir de varias perspectivas. Por ejemplo, Lawrence Durrell en el
Cuarteto de Alejandría o el premio Nóbel egipcio Naguib Mahfuz en
Pensión Miramar. El
Sueño de Zettel de Arno Schmidt es una partitura textual de 1330 páginas. En el cine, el lenguaje linear de imágenes, la omnipresente transición de lo uno a lo múltiple es particularmente clara. No existen ya explosiones en las películas de acción que no estén filmadas desde diversos lados, de modo casi cubista.
Y ahora, desde hace casi ya dos décadas, todas las islas culturales están conectadas unas con otras a través de Internet en una especie de región mundial y nuevo poder. Y mientras los gurús de la economía, los trabajadores del saber y Fulano de Tal/usuario común, intentan aprovechar el giro digital para su utilidad o diversión, y uno que otro bufón exige leyes contra el embrutecimiento causado por Internet, los artistas son lanzados una vez más en avanzadilla, cual radar intuitivo dirigido hacia el hipermañana. ¡¿Qué nos aguarda?!
Klaus Staeck –nada menos que el presidente de la Academia de las Artes en Berlín– esboza, en la versión folletinesca de una tremenda tragedia griega bajo el título “El callejón sin salida digital”, algo que podríamos llamar ‘capitulismo’: el colapso total de la humanidad predominante a manos de Internet (junto con la subsecuente dictadura
nerd norcoreana). “Los felices receptores no necesitan ya poner siquiera un pie al otro lado de la puerta. Igual, ese paso ya no llevará a lugar alguno, pues aquel que, por ejemplo, ordena su lectura a Amazon & Co., se ha convertido automáticamente en el sepulturero de la librería de la esquina … Simultáneamente han sido enterrados los encuentros con otras personas y otras opiniones. Por no hablar de los puestos de trabajo eliminados”.
A los contendientes en los concursos de velocidad con cohetes espaciales, interesados en las superficies perfectamente planas, les satisfará saber que es posible plantearlo incluso de modo más plano: “Cuando las comunas quedan desoladas, los contactos humanos se atrofian y la cultura común se empobrece, entonces gobiernan no solamente la alienación y el anonimato … Quien sólo en el mundo digital se siente en casa, pronto no podrá encontrar entidad democrática alguna”.
Aún existen: las buenas viejas distopías.
El Greco, El quinto sello del Apocalipsis (1608)