17/8/10

II. Los (pérfidos) derechos de autor...

"La explosión del conocimiento"

Frank Thadeusz

Reseña del libro: Eckhard Höffner, Geschichte und Wesen des Urheberrechts [Historia y esencia de los derechos de autor], Múnich: 2010
(En: Revista Der Spiegel, 02.08.2010)



¿Experimentó Alemania un ascenso industrial en el siglo XIX gracias a que en el país no había derechos de autor?

Todo el país se encuentra ebrio de lectura. Incluso a los libreros les parece siniestra la repentina tendencia a leer. Los alemanes, constata el crítico literario Wolfgang Menzel en 1836, son “un pueblo de poetas y pensadores”.

“Esta frase, que con el tiempo se volvería célebre, fue comprendida de manera errónea”, afirma ahora el historiador de la economía Eckhard Höffner. “No se refería a la crema de los literatos, como Goethe o Schiller, sino al hecho de que en Alemania se producía entonces una masa incomparable de materia de lectura”.

Höffner ilumina el temprano florecimiento de la impresión de libros en Alemania y llega a un resultado sorprendente: a diferencia de Inglaterra y Francia, Alemania vivió en el siglo XIX una explosión del conocimiento sin precedentes.

Los autores alemanes escribían entonces hasta que les sangraban los dedos. Sólo en el año 1843 aparecieron aproximadamente 14,000 nuevas publicaciones; si esto se compara con el número de habitantes de aquel entonces, se trata de un nivel de publicación cercano al actual. Ante todo se publicaban novelas, pero también ensayos científicos especializados. En Inglaterra la situación era muy diferente: “En el caso de Gran Bretaña, tendiendo en cuenta que nos encontramos en el tiempo de la Ilustración y la emancipación ciudadana, se trata de un desarrollo lamentable”, constata Höffner.

Poder colonial desaprovechado

En efecto, apenas mil obras aparecían por año en ese entonces en Inglaterra: diez veces menos que en Alemania. Lo cual tuvo sus consecuencias: Höffner cree que a causa del crónicamente débil mercado editorial, el poder colonial Inglaterra peridó en el lapso de un siglo su ventaja, mientras que el atrasado estado agrario de Alemania ganó terreno vigorosamente y para 1900 se había convertido en una nación industrial de igual condición.

La causa que Höffner propone para este avance parece aún más desconcertante: nada menos que el copyright, introducido por los ingleses ya en 1710, hizo que el mundo del conocimiento quedara desierto en el Reino Unido.

En contraste, en Alemania, durante largo tiempo, nadie se preocupaba por los derechos de autor. Prusia introdujo la propiedad intelectual en 1837. Pero a causa de la división política de los diferentes estados alemanes, fue casi imposible imponer la ley en la totalidad del Reich alemán.

Este juicioso libro de Höffner es el primer trabajo científico que examina los efectos de la introducción de la propiedad intelectual en un lapso de tiempo relativamente amplio y a través de la comparación de dos países. Y sus resultados han causado algo de irritación entre los expertos: hasta ahora los derechos de autor eran considerados como un gran avance y la garantía de un mercado editorial floreciente. Según este lugar común, los autores de hecho se sienten impulsados a crear cuando sus derechos han sido garantizados.

Pero no: al menos la comparación histórica arroja resultados diferentes. En Inglaterra los editores se aprovecharon descaradamente de su monopolio sobre los autores. Las novedades aparecían sólo en un tiraje de máximo 750 ejemplares y a un precio que usualmente superaba el sueldo semanal de un trabajador instruido.

Hacia la riqueza a través de los libros

Los más importantes editores en Londres ganaban sin embargo espléndidamente y en no pocas ocasiones se paseaban por la ciudad en coches enchapados en oro. Sus clientes eran los ricos y los nobles, quienes veían los libros como simples objetos de lujo. En las pocas bibliotecas públicas que había, los infolios eran, a fin de protegerlos contra ladrones, encadenados a los anaqueles.

En Alemania, por el contrario, los plagiario le pisaban los talones a los editores, y podían reeditar y vender a precios mínimos cualquier novedad sin temor a ser castigados. Los editores exitosos reaccionaban con refinamiento al ataque de los copiones y acunaron una filosofía de la publicación que sobrevive hasta nuestros días: editaban ediciones elegantes para los pudientes y libros de bolsillo económicos para la masa.

De esta manera se desarrolló en Alemania un mercado de libro completamente distinto al inglés: los best seller y las obras científicas eran presentados al público en tirajes enormes y a precios ridículos.

“Tantos miles de personas en los rincones más apartados de la Alemania, quienes ni siquiera podían pensar en comprar libros a causa de los elevados precios, han logrado poco a poco reunir una modesta biblioteca a partir de reediciones” –comentaba entonces el historiador Heinrich Bensen.

La expectativa de un público amplio motivaba ante todo a los científicos a divulgar los resultados de sus investigaciones. “Se estableción una forma de divulgación del saber completamente nueva”, sostiene Höffner.


Literatura en serie

En Alemania los eruditos producían en serie tratados y manuales sobre química, mecánica, construcción de máquinas, óptica y producción de acero. En Gran Bretaña, mientras tanto, un círculo elitista consentía un canon educativo clásico, que giraba en torno más bien a las belles-lettres, la filosofía, la teología, los idiomas y la historia.

Instrucciones prácticas, como las que se publicaban en masa en Alemania –por ejemplo sobre la construcción de diques o el cultivo de cereales– eran en gran medida inexistentes. “En Gran Bretaña –afirma Höffner– la divulgación de tales conocimientos modernos estaba casi a expensas del método medieval de saber sólo por oídas”.

La ofensiva del saber alemana llevó a una situación curiosa, en la que acaso nadie reparó entonces: el hoy por completo olvidado profesor de química y farmacia berlinés Sigismund Hermbstädt, ganaba más dinero gracias a su obra Principios del curtimiento de cueros (1806) que la autora británica Mary Shelley con su hasta hoy famosa obra Frankenstein.

El comercio con literatura especializada corría tan bien que los editores exigían continuamente más material. Esta situación le dio incluso a los autores científicos menos hábiles una buena posición para negociar con los editores. Incontables profesores se ganaban un “extra” considerable a través de sus manuales y sus folletos informativos.

“En medio de este activo discurso científico surgió la generación fundadora”, escribe Höffner. Aquella época, en efecto, produjo a industriales como Alfred Krupp y Werner von Siemens.

Incluso cuando, en los años cuarenta del siglo XIX, la propiedad intelectual empezó a imponerse lentamente en Alemania, el mercado de la literatura científica no se desplomó. Con todo, los editores alemanes reaccionaron de la misma forma restrictiva en que los habían hecho sus colegas en Inglaterra: elevaron los precios y desmontaron el mercado barato.

Los literatos, en adelante dotados con derechos sobre su propia obra, reaccionaron con algo de irritación. Así, por ejemplo, Heinrich Heine le escribió en tono ácido a su editor Julius Campe el 24 de octubre de 1854: “A causa del exagerado precio que usted ha puesto no creo que vaya yo a experimentar una segunda impresión del libro. Debe poner, estimado Campe, precios más bajos, pues de lo contrario no veo porqué fui tan complaciente con usted respecto a mis intereses materiales”.

[* Texto original: "Die Explosion des Wissens": http://www.spiegel.de/spiegel/0,1518,709761,00.html]


Anna-Amalia-Bibliothek, Weimar

1 comentario:

wakandaikeda dijo...

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